*Recientemente dediqué un post tras las primeras escuchas de este "Virgins", la nueva obra de Tim Hecker (**), un músico del que siempre he tenido un especial aprecio y que vuelve tras el excelente "Ravedeath 1972" y que recomiendan en drinkify escuchar su música con una limonada (enlace).Esta semana se publicó mi reflexión más sopesada y extensa sobre este disco, espero que os sea de interés:
Tim Hecker
Virgins
Kranky
La segunda parte del
curso 2013 ha comenzado y nos ha traido una avalancha de trabajos
bastante considerable. Entre ellos, algunos marcados a fuego por
motivos evidentes. Uno de los que ocupaba un lugar de preferencia
elevado, era el debut en Warp de Daniel Lopatin con “R Plus Seven”
(que ya dio buena cuenta Frankie Piza recientemente) y cuyos
magníficos resultados nos han tenido enganchados desde mediados de
agosto. A finales de mes, ya teníamos pululando el nuevo trabajo de
Tim Hecker. Escuchando “Virgins” en repetidas ocasiones, uno
acaba teniendo la sensación que un experimento que resultó
aparentemente fallido como el disco conjunto de Hecker y Lopatin
titulado “Instrumental Tourist”, parece revelarse como un
importante punto de conexión entre dos universos que ha ido
desencadenando una visión diferente en sus posteriores trabajos. Tim
Hecker viene de repuntar su trayectoria gracias a un trabajo tan
destacado como “Ravedeath 1972” y amplificando esa vertiente
neoclásica y acústica con el ep “Dropped Pianos”, consiguiendo
moverse hacia un territorio que le diera un nuevo aire a su música
demasiado ahogada en “An Imaginary Country” en el drone
glicthista y shoegazing que acababa resultando reiterativo al venir
como producto posterior de otra de sus cuotas como era el caso de
“Harmony in Ultraviolet”.
Buena culpa de la
regeneración de Tim Hecker tiene como culpable al último referente
dentro de estos parámetros como es Ben Frost (cuyo “By The Throat”
sirvió para sentar un nuevo canon dentro del ambient al incorporar
esos rugidos descarnados tremendistas) que puso su mano en la
grabación del disco y Hecker al mismo tiempo, salió de sus lugares
de grabación habituales en su nativa Canadá (Montreal y Ottawa)
para buscar parajes islandeses, resonancias espectrales en aquellas
iglesias, órganos mostruosos, un nuevo imaginario en definitiva. En
“Virgins” decide repetir la jugada de nuevo al volver a estos
parajes en Reykjavik, añadiendo Montreal y Seattle, para potenciar
estas resonancias partiendo de sesiones de grabación en directo y
añadiendo un tono mucho más espacioso a su música sin dejar que se
ahogue, al mismo tiempo que le añade el sentimiento minimalista
cercano a la obra de Charlemagne Palestine “Strumming Music”, al
dejar que los pianos se cuelen como una cascada de notas flotando
alrededor de las manipulaciones sintetizadas y digitales de Tim
Hecker. Estas características no son las únicas que vertebran el
sonido del disco, ya que vuelve a contar con la ayuda de Ben Frost y
Valgeir Sigurdsson, con la consecuente introducción de enrevesadas y
guturales interferencias de ruido y tajadas desde las frecuencias de
los graves apoderándose de todo ese espacio de una manera agresiva y
cortante.
Desde el inicio de
“Virgins”, Tim Hecker decide mostrarse poderoso con un corte tan
emocionante como “Prism”, una auténtica fantasía
sintetizada que conecta de manera glacial con “R Plus Seven” y
con el tremendismo opresivo de Ben Frost, pero que sobrevive a todos
ellos desde el punto siempre palpitante de Tim Hecker. El primer
ejemplo del poso cercano al “Strumming Music” de Charlemagne
Palestine y otros minimalistas como Reich (me decanto por el punto
más visceral en el golpeo del primero) lo encontramos en “Virginal
I”, un auténtico rompecabezas enfermizo que pivota entre el
sentimiento comunal y eclesiástico de las notas de piano que se ven
envueltas entre capas de sintetizador interfiriendo a su alrededor y
drones apareciendo hasta acabar colisionando en monstruosos paneles
de ruido que hacen temblar las paredes, hasta volver a la calma tras
ese crescendo épico hasta el final del corte incorporando puntuales
alaridos digitales que potencien de nuevo el aspecto terrorífico y
de pesadilla oscilante que hemos encontrado. “Radiance”,
retoma el sentimiento del corte inicial al adentrarse en una fantasía
sintetizada que nos lleva hasta el recuerdo de su anterior trabajo a
la vez que incorpora una faceta cálida desde los sintetizadores,
convirtiendo el drama en melancolía. Sentimiento que perdura en las
notas iniciales de “Live Room”, para ir viéndose
intoxicada por esa arquitectura de horror y tóxicos elementos noise
que se van escapando como pequeñas eclosiones fracturadas, en una
suerte de lucha entre ángeles y demonios, tensión digital contra
melancolía acústica, una fricción desorientada pero perfectamente
conducida por Hecker, retorciendo todos estos referentes en una noche
estelar en la que el aire se confunde con el humo y cuya coda
adicional, “Live Room Out” parece dejar el eco de la
batalla en un segundo plano alejado y adentrarnos en un entorno donde
la tristeza y el aullido solitario vuelven a apoderarse de nosotros.
“Virginal II”
juega las mismas bazas que el primer fragmento, pivotando entre dos
universos en constante pugna y potenciando el uso de una paleta
sonora abigarrada y barroca inflándose de manera épica. Para
sacarnos de un excesivo tratamiento desde esta óptica tenemos la
breve y caprichosa “Black Refraction” con esos loops de
piano entrelazándose de manera lánguida y crepuscular, dándonos un
respiro entre una atmósfera amenzante que de nuevo vuelve a trocear
esta sensación hasta adentrarnos en el mantra de “Incense At
Abu Ghraib” propio de banda sonora aterradora y que “Amps,
Drugs, Harmonium” se encarga de conducir de manera irreal y
emotiva con esas cascadas de percepción glitchista que tratan de
encontrar un factor laureado dentro de su desazón y sin duda, una de
las piezas más conmovedoras del disco. Acercándonos hacia la parte
final del disco, Hecker nos adentra en dos movimientos como “Stigmata
I “ y “Stigmata II”, donde vuelve a
recurrir con mayor ponderación al factor sintetizado y de
manipulación digital en sus composiciones, dejando que la paleta
acústica quede más ahogada y en el segundo fragmento parece
alcanzar un nivel de soledad en el disco con esas interferencias
errantes que no había conseguido en ninguno de los cortes
anteriores. En esta narración interna del album, llega el final
apoteósico de “Stab Variation”, retorciendo su discurso
hacia un terreno aparentemente más acústico (sin llegar a tratarse
de sus trabajos como Jetone), pero en la cascada de loops incesantes
se genera esta sensación de travesía gloriosa mediante la colisión
de glaciares sonoros que acaban desencadenando un drone ahogado y
trágico.
La sensación al final
del disco es ver como Tim Hecker es capaz de dar cabida a estas
nuevas directrices acústicas en su música pero siempre acaba
reestableciéndose el equilibrio al entrar en contacto con el factor
digital, en una reacción casi de equilibrio térmico, distribuyendo
la energía de ambas expresiones de manera uniforme y cuyo resultado
de nuevo vuelve a ser una obra tremendamente perturbadora, a la que
me gusta observar como el reverso neoclásico y glacial de “R Plus
Seven”.
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